Imagina que te comes una magdalena de esas simples: sin colores, sin
paquete, sin marca…sin publicidad y sin ningún valor añadido. Una simple
magdalena. Te la comes: te gusta o no. Disfrutas mientras dura y se acabó.
Imagina que te comes una magdalena en un local cool: con colores,
glaseados, en un local vintage y
lleno de gente guay. Te la comes,
probablemente la disfrutes más, te guste más, la recomiendes, le saques fotos.
¿Qué diferencia una magdalena de la otra?
De la primera no
esperabas nada ni tenias falsas expectativas hechas, no había promesas ni compromiso
de decir que te gusta porque es trendy y por el qué dirán… simplemente la
disfrutaste. La segunda, tal vez igual de deliciosa, en la sociedad en que
vivimos la disfrutas más, o eso quieres creer. Comes azúcar -esa droga del S.XXI-, colores -comer
por los ojos-,tienes una vida guay y todos en tus redes sociales están al tanto
de ello, te gastas el triple de dinero -pero el local era tan “cuki”...-. En fin,
todo son ventajas.
Ahora el mismo caso de las magdalenas pero con personas. Hemos pasado a tener que distinguir dos niveles de cada persona: el de las proyecciones que esa persona hace de su vida, y el de la persona en si.
Imagina que conoces a alguien en la cola de una discoteca.
Simplemente os gustáis y os acabáis dando los números. Esta persona no tiene
whatsapp y no te da su Facebook, ni tú a ella. Mantenéis un contacto, un contacto como el de la primera
magdalena, un contacto real. Por lo que en su momento os unió y os llevó a
seguir queriendo veros. Cada vez que quedáis habláis de vosotros en pleno
rendimiento, estáis en ese instante 100% con el otro, no hay ideas
preconcebidas, no hay interrupciones de whatsapp. Simplemente hay lo que hay. Toda
la carne en el asador.
Ahora imagina la misma situación si en el instante cero os hubiérais agregado a Facebook. Lo que pase entre ustedes y el grado de autenticidad queda a la
imaginación, o a la fortuna del Facebook, de las apariencias, del qué pensará
la gente, o esa persona… quién sabe.
♡